Primeras páginas 1: La isla del tesoro.
Esta novela de Stevenson es una joya. Tiene todos los alicientes necesarios para engancharte y navegar junto a Jim Hawkins y el capitán Smollet y enfrentarte a John Silver desde el salón de tu casa. Este libro yo lo pondría de lectura obligatoria en todos los colegios. Ahí va la primera página del libro en homenaje a Stevenson... y para despertaros vuestra curiosidad.
Quince hombres sobre el baúl del muerto...
ron ron ron la botella de ron
El caballero Trelawney, el doctor Livesey y los demás gentileshombres
me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en
la isla del Tesoro, del principio al fin y sin omitir nada excepto
la posición de la isla y ello por la sencilla razón de que parte del
tesoro sigue enterrado allí, cojo, pues, la pluma en el año de gracia
de 17.. y me remonto a la época en que mi padre regentaba la posada
del Almirante Benbow, y el viejo lobo de mar con la cara tostada y marcada
con un chirlo de sable vino a hospedarse bajo nuestro techo.
Lo recuerdo como si fuera ayer: llegó caminando pesadamente a la puerta de
la posada, con el baúl detrás de una carretilla; era un hombre alto, fuerte, corpulento, de piel morena una coleta negra embreada le caía sobre la espalda de su sucia casaca azul; tenía las manos encallecidas y agrietadas, y las uñas negras y rotas; y aquel chirlo de sable, de un blanco sucio y lívido, que le cruzaba la mejilla. Recuerdo que se volvió a contemplar la ensenada y se puso a silbar ensimismado; después rompió a cantar aquella vieja tonada marinera que tantas veces le oiríamos luego:
me han pedido que relate los pormenores de lo que aconteció en
la isla del Tesoro, del principio al fin y sin omitir nada excepto
la posición de la isla y ello por la sencilla razón de que parte del
tesoro sigue enterrado allí, cojo, pues, la pluma en el año de gracia
de 17.. y me remonto a la época en que mi padre regentaba la posada
del Almirante Benbow, y el viejo lobo de mar con la cara tostada y marcada
con un chirlo de sable vino a hospedarse bajo nuestro techo.
Lo recuerdo como si fuera ayer: llegó caminando pesadamente a la puerta de
la posada, con el baúl detrás de una carretilla; era un hombre alto, fuerte, corpulento, de piel morena una coleta negra embreada le caía sobre la espalda de su sucia casaca azul; tenía las manos encallecidas y agrietadas, y las uñas negras y rotas; y aquel chirlo de sable, de un blanco sucio y lívido, que le cruzaba la mejilla. Recuerdo que se volvió a contemplar la ensenada y se puso a silbar ensimismado; después rompió a cantar aquella vieja tonada marinera que tantas veces le oiríamos luego:
Quince hombres sobre el baúl del muerto...
ron ron ron la botella de ron
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