Libros y mandarinas. ¡Otro filósofo urbano!
La historia de hoy es una de esas historias que me hacen sentir bien, no sé si soy el único a quién le pasa estas cosas o si soy el único que se da cuenta de lo divertidas que son ellas, pero lo cierto es que todo lo que ha acontecido fue digno de un guión de las mejores temporadas de los simpsons. Más que nada porque todo empieza con una avería telefónica y termina con una curiosa situación. En la que intervino otro miembro de esa maravillosa raza
Pues estaba yo con el buen amigo de esta casa AGAF cuando tenía que hacer una llamada telefónica con mi móvil. El muy hijoputa se me averió en el peor momento, así que cuando llegué a mi casa llamé al operador contando mi problema. Según los síntomas el problema es de la tarjeta y el único remedio hacer un duplicado. Vaya, pues menuda faena. Como esta misma tarde tenía hueco he ido al centro comercial que tengo al ladito de mi laboratorio.
Al salir (sin el problema resuelto) paso por unas mesas llenas de libros y un cartel: LIBROS AL PESO, tras el mostrador una chica que no estaba de mal ver, una balanza electrónica y muchos libros. Me puse a mirar, más por reflejos que por verdadero interés (tengo que terminarme Endymion y si me gusta agenciarme El ascenso de Endymion, amén de que está en la lista de espera El Juego de Ender en mis estanterías. Sé que tendría que haberlo leído ya pero ya saben...)
A todo esto cuando varias personas miraban libros irrumpe una voz profunda: ¡Esto es un insulto y un agravio a la cultura!.
Debo decir que estoy de acuerdo, vender libros como si fuesen mandarinas o chirimoyas me parece denigrante: hola niña, ponme medio kilo de plátanos y cuarto y mitad de Alejandro Dumas; me parece un insulto, un libro es autónomo, en sí mismo tiene su propia magia, su propio universo, su propio mundo por descubrir; no es una legumbre.
Un hombre que estaba a mi lado viendo un libro sobre ETA murmuró que vaya tela con el tipo, como dirigiéndose a mí. Yo no pude evitar decir que tenía razón. El tipo en cuestión me oyó, llevaba los cascos del Mp3 puestos y no pude evitar hablar fuerte y se dirigió a mí con paso firme y me tendió la mano, se la estreché aturdido (pónganse en mi lugar, un FUCE me tendía la mano a mí ¡a mí! ¡qué emocionante momento!)
- Puede usted estar orgulloso - empezó a decirme - ojalá toda la gente joven tenga el mismo sentido común que usted.
- Gracias señor - dije sin más
Parece sacado de una película, pero ocurrió. Hoy ha sido un gran día.